HONOR

HONOR
«¡Disciplina! Nunca bien definida y comprendida. ¡Disciplina! Que no encierra mérito alguno cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina! Que reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía, o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Esta es la disciplina que os inculcamos, esta es la disciplina que practicamos, este es el ejemplo que os ofrecemos.»

jueves, 5 de noviembre de 2015

En 2009 asistió en primera fila al entierro de los dos últimos GUARDIAS CIVILES asesinados por ETA en España y seis años después se alía con los que hacen guiños a la banda etarra
También resucitará del baúl de los recuerdos oprobiosos su comportamiento taciturno con los piratas secuestradores del barco pesquero Alakrana.

Vayamos por partes. Rodríguez, ya con mando en plaza como jefe del Estado Mayor de la Defensa, tuvo que asistir en 2009 al entierro de dos guardias civiles asesinados por la banda terrorista ETA.

Fue el último atentado de ETA en España y se produjo el 30 de julio de 2009 en la zona de Palma Nova, Calvià, en una conocida zona turística balear. Las víctimas fueron dos jóvenes guardias civiles, Carlos Sáenz de Tejada y Diego Salvá, que murieron tras explotar una bomba lapa adosada a los bajos de un coche.

Seis años después, este mismo general, que es visto como un flojo en su entorno, olvida su asistencia en primera fila al entierro de unos compañeros asesinados por ETA y se sube al mismo barco de los que simpatizan con los del pasamontañas y el tiro en la nuca pidiendo su inmediata excarcelación.

No le va a salir precisamente gratis al general José Julio Rodríguez su fichaje por Podemos.

Pero Rodríguez tiene un episodio mucho más chusco. Hay que remontarse a principios del año 2010. Un pesquero vasco, el Alakrana, era secuestrado por unos piratas somalíes. Tras largas semanas se llega a un acuerdo, desembolso de una fuerte suma de dinero, pero cuando nuestra flota pudo haber detenido a los secuestradores una vez producido el rescate, ni la ministra de Defensa, Carme Chacón, ni el jefe del Estado Mayor de la Defensa, es decir Julio Rodríguez, dieron orden alguna cuando el jefe del operativo pedía permiso para intervenir -Los militares españoles pensaban que iban a intervenir para liberar el ‘Alakrana'-.

La historia la contaba el periodista Arturo Pérez-Reverte -Cuatro minutos-:

Me llegan, por amigo interpuesto, los comentarios de uno de los infantes de marina que estaban en el Índico durante el secuestro del Alakrana -del que, por cierto, nadie explicó de modo satisfactorio qué bandera llevaba izada, o no, cuando le dijeron buenos días-. El citado mílite es uno de los que intervinieron en la persecución de los piratas somalíes cuando éstos, después de trincar la pasta, salieron a toda leche para refugiarse en la costa. Viniendo de donde vienen, no es raro que los comentarios revelen insatisfacción por las órdenes recibidas y por el grotesco desenlace. Desde su comprensible anonimato, el infante de marina se desahoga, contando que los malevos estuvieron a tiro, pero las órdenes eran no disparar bajo ningún concepto, pues nadie estaba dispuesto a admitir muertos ni heridos en aquel sainete. 

Recuerda que:

Todo es conocido de sobra, y no merece volver sobre ello. Pero hay una frase que tengo por significativa, porque explica no sólo lo del Alakrana, sino muchas otras cosas: «Tuvimos de tres a cuatro minutos para detenerlos. Pedimos órdenes y hubo silencio». Con esas interesantes palabras en el aire, les invito a un bonito e instructivo ejercicio. Cierren los ojos e imaginen. Lo han visto veinte veces en el cine o la tele: las lanchas de los piratas zumbando hacia la playa, los infantes de marina teniéndolos en el punto de mira y con la posibilidad de bloquearles el paso, y el jefe del operativo pidiendo por radio instrucciones a sus superiores. «Permiso para intervenir», o algo así. Dice. Y ahora trasládense a Madrid, al gabinete de crisis o como se llame lo que montaron allí. También, en este caso, las películas nos facilitan el asunto: un mapa del Índico en una pantalla en la pared, pantallas de ordenador, la ministra de Defensa con las gafas puestas, el JEMAD ese de la barba que siempre va de azul, el resto de la plana mayor y toda la parafernalia.

Y subraya su comportamiento taciturno dejando pasar el tiempo:

Con el pesquero liberado previo pago de su importe, todos más pendientes ya del telediario que de otra cosa. Y la voz que viene del Índico sonando en el altavoz: «Tenemos tres o cuatro minutos y solicitamos órdenes. Repito: solicitamos órdenes». El reloj en la pared haciendo tictac, o lo que hagan los relojes de los gabinetes de crisis, y la ministra, y el de la barba, y el resto de artistas, mirándose unos a otros, callados como putas. Y más tictac. Nadie dice «bloquéenlos», ni nadie dice «déjenlos escapar». Sería mojarse demasiado en uno u otro sentido, y las palabras las carga el diablo. Tanto el «sí» como el «no» pueden causar problemas en las tertulias radiofónicas y los titulares de los periódicos, según vayan éstos a favor o en contra del Gobierno. Así que punto en boca. Silencio administrativo, cuatro minutos, uno detrás de otro, mientras allá abajo, en el mar, los infantes de marina, el dedo en el gatillo y locos por la música, que para eso están, blasfeman en arameo, por lo bajini, mientras ven cómo se escapan los flacos con la pasta. Y al cabo, la desolada frase final: «Han llegado a la playa». Suspiro de alivio en el gabinete de crisis. 

Fin de la historia, de un cobarde al que "todos" deberíamos:

 ESCUPIR A LA CARA

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