Me llamo Luis Gonzalo Franco Sánchez y me gustaría contaros una historia sobre un suceso que viví cuando era pequeño y aún tengo muy presente. Lo voy contando según lo recuerdo, algunas cosas, no podré precisar y tampoco se cuanto tiempo ocupará su lectura.
Es sobre la primera vez que tuve conciencia de nuestros ángeles de verde, la Guardia Civil.
Yo era muy pequeño y mi padre era camionero, de los de antes, de los que tenían que saber de todo relacionado con su profesión y sufrían las ausencias de casa, frío, hambre, malos momentos en aquellas carreteras... a veces me siento identificado con Manolito el Gafotas.
Mi máxima ilusión era tener un día libre para irme con mi padre a conocer España y esta historia viene de una fiesta local, en mi ciudad, en la que yo no tenía colegio el viernes y me apunté a un viaje con mi padre a ver a los del norte, saliendo de aquí en la noche del jueves y llegando a casa en la mañana del sábado.
Era invierno y se suponía que no debía ser un viaje especialmente difícil, a mi me encantaba ver la lluvia golpear en el para mi gigante cristal del Pegaso. Así me dormí en la litera, con ese ruido y el calorcito de las mantas que mi padre de vez en cuando colocaba porque a patadas las ponía en su asiento...
Sólo me desperté en las paradas reglamentarias en las que aprovechaba para tomar con mi padre esa rica bollería que en casa no sabía igual.
Seguíamos el viaje y de la litera al asiento y otra vez a la litera, recuerdo la mirada de mi padre, con su sonrisa, a él en ese trabajo tan duro, era un alivio de vez en cuando tener la compañía de su hijo.
Hablábamos también de muchas cosas, de las locuras que hacía la gente al volante, de los sacrificios que le costaba darme una educación y ya empezó a decirme llegando a Vitoria:
Mira hijo, ves esos dos coches que nos han adelantado? Esa gente son policías. Van con prisa, seguro que están en busca de algún etarra.
Aquí, donde vamos, hay gente mala que los mata. La Guardia Civil también están en peligro. Esos mismos con los que tu te enfadas porque me obligan a parar en las operaciones salida y no puedo llegar a casa a verte, pues los respeto. Son como yo, tienen familia en casa esperándoles y también tienen un jefe como yo, que les dice que tienen que hacer.
Seguimos el viaje y el paisaje cambió tanto como las gotas en el cristal, que se convirtieron en nieve.
Estábamos en carreteras muy malas, íbamos a un pueblo no muy grande a descargar la mitad de la carga, comer y seguir el viaje a un polígono donde descargábamos el resto y hacíamos carga completa para volver a Salamanca. Pero.....
En la subida de un puerto de montaña, vi a mi padre empezar a sudar, la nieve ya era muy fuerte y de pronto nos encontramos con la carretera cortada por un desprendimiento o alud o las dos cosas.
Solo veíamos otro camión detrás, y no había nada. Esto ocurrió después de comer, serían las 5 de la tarde y en poco, la nieve alcanzaba las tuercas de las ruedas.
Mi padre comenzó a prepararse para pasar una noche atrapados, sin apenas comida y poca agua. El otro camionero, que iba solo, incluso nos dio algo de leche y galletas para “el niño”
En este punto, decir que no existían los teléfonos móviles o eran muy pocos los que los tenían.
Yo en mi inocencia, estaba feliz viendo caer la nieve, no suponía que podía ser una noche muy larga y posiblemente cuestión de días.
Ya anocheciendo, en medio de lo que ya era una ventisca, escuchamos unos golpes en la puerta del camión y la primera imagen que tengo es la de un hombre sujetándose con la mano un sombrero raro que tenia en la cabeza, los bigotes llenos de nieve y pálido. Y dijo: Buenas noches, se encuentra bien, traigo café caliente y algo de comer, porque son muchos los atrapados en los 18 kilómetros del puerto y va a ser una noche larga. Si podemos, cuando terminemos con el café, intentaremos llevarles a otro sitio.
En ese momento yo en mi curiosidad, le dije: hola señor. Bastó sólo eso para que ese hombre, dijera: Como sea les bajamos al pueblo, pero tengan paciencia que tenemos que subir mas a ver cuanta gente está atrapada.
El final de esa aventura, fue, que de cualquier forma, esos hombres dedicaron el día, la noche y la madrugada con un viejo Land Rover a dar viajes recogiendo gente, dejando les en casas supongo de amigos y familiares. Cenamos y dormimos calientes, mientras ellos, se ocuparon de hacer llegar un quita nieves, y una grúa, para camiones que quedaron cruzados, y al día siguiente, ellos mismos con otros dos compañeros, nos recogieron, nos llevaron al camión y pudimos seguir el viaje.
Recuerdo a uno de esos señores de verde y bigote decir, bueno, Luisito, menuda aventura, eh?
Y sin que me diera tiempo a decir nada, mi padre dijo: Ves hijo? Aunque otras veces, ellos me paran y no me dejan llegar a casa a la hora que quiero, también están para que pueda llegar aunque sea al día siguiente. Ellos son de verdad mis compañeros, no mi jefe.
Solo pude decir, gracias señor por cuidar de mi y de mi papá.
Ahora yo tengo que devolver el favor:
A MUERTE CON LA GUARDIA CIVIL.
TODOS SOMOS EL SARGENTO GRANDE, DE BANDE.
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