HONOR

HONOR
«¡Disciplina! Nunca bien definida y comprendida. ¡Disciplina! Que no encierra mérito alguno cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina! Que reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía, o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Esta es la disciplina que os inculcamos, esta es la disciplina que practicamos, este es el ejemplo que os ofrecemos.»

viernes, 25 de julio de 2014

SALVATIERRA



El homínido que ven ustedes en la foto mostrando su optimismo vital, lo que en Euskadi se considera su condición jatorra, responde al nombre de José Lorenzo Ayestaran Legorburu, aka 'Fanecas' y es un asesino que ayer fue juzgado en la Audiencia Nacional por cuatro asesinatos cometidos en 1980. El primero, el 13 de abril, en la persona del jefe de la Policía Municipal de Vitoria, Eugenio Lázaro. Unos meses después, el de los motoristas de la Guardia Civil: José Luis Vázquez Platas, Avelino Palma Brioa y Ángel Prado Mella.

El 4 de octubre de 1980 cayó en sábado y Salvatierra, en fiestas, celebraba sus fiestas patronales. Entre las actividades programadas había una prueba ciclista, la carrera del Rosario, para cuya organización habían acudido los tres agentes de la Guardia Civil.

El tal Fanecas, junto a Makario, Mobutu, Pana, Mikel Lopetegi y Txiki-txiki, decidió asesinar a los guardias civiles encargados de vigilar la prueba ciclista. Ayestaran Legorburu y José Manuel Aristimuño Mendizábal, Pana, mantuvieron antes del 4 de octubre dos encuentros en los que el cura del pueblo, Ismael Arrieta Pérez de Mendiola, les informó del horario y el itinerario de la carrera. El mismo día 4 el cura volvió a reunirse con los dos citados y López de la Calle, Mobutu, señalándoles el lugar en el que estarían sus víctimas. Ayestarán disparó contra Avelino Palma, Mobutu contra Ángel Prado y Aristimuño contra José Luis Vázquez, que resultó herido en un brazo y trató de escapar entre los coches aparcados en el lugar. Aquí intervino el buen pueblo de Salvatierra que alertó a los asesinos: "¡hay uno con vida!" Aristimuño lo descubrió debajo de un coche y lo remató.


2 comentarios:

Javier dijo...

Murieron cumpliendo con su deber. ¿Y nosotros?: ¿Vivimos cumpliendo con el nuestro? ¡Qué pena! Algún día tendremos que reconocer que tenemos alguna culpa en abandonarlos a su destino incierto.

Anónimo dijo...

¿Llamar a la cosa adiposa esa "homínido" no es darle una categoría que no tiene?