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Son ya varias las sentencias judiciales que prueban el hábito de mentir casi irreprimible del vicepresidente primero del Gobierno y ministro del Interior, que ha alcanzado un alto grado de maestría en oficio tan comprometido. Como es persona de estudios, y se le reconoce, no como a otros u otras, una inteligencia suficiente, sabrá, sin duda, que está poniendo en práctica la doctrina de alguien que, hasta la fecha, no figuraba entre los mentores del socialismo, aunque con este Gobierno todo es posible, incluso lo más absurdo. Rubalcaba está siguiendo al pie de la letra las estrategias del ministro de propaganda del Reich, Paul Joseph Goebbels: una mentira repetida mil veces se convierte en realidad, y cuanto más grande sea una mentira, más gente la tomará por la pura verdad; un auténtico filón teórico para un virtuoso de la propaganda como lo es, sin duda, este químico acostumbrado a travestirse en lo que convenga. Todos los españoles recuerdan con nitidez su teatral afirmación de que no nos merecemos un Gobierno que nos mienta; pues eso, Goebbels en vena.
Miente Rubalcaba cuando pretende ignorar que una juez ha ordenado a su ministerio que entregue información necesaria para investigar la conducta del jefe de los Tedax en el 11-M, que, vaya usted a saber por qué razones, constituye todavía un secreto de Estado. Seguramente miente también Rubalcaba cuando ha alegado, según fuentes del PSOE, una indisposición como excusa para no participar en un acto en Elche, en el que se contaba con la participación de su eficaz verbo y figura.
Mentir es una manera un poco infantil de conseguir que las cosas sean como a uno le parece. Un ministro tiene muchas maneras de conseguir eso, además de mentir. Es preocupante que el Ministerio del Interior se haya convertido en un agujero negro del que no sale la información que debiera, y en el que se toma a chacota las resoluciones judiciales, para que se vea quién manda. Rubalcaba ha ejercido, en contra de lo que establece con claridad una sentencia del Supremo, su real gana promoviendo arbitrariamente el nombramiento a dedo de más de 100 cargos de su ministerio. La desobediencia al Supremo empieza a ser una costumbre escasamente ejemplar de este ministerio bajo la batuta de Rubalcaba.
Tampoco el Congreso de los Diputados parece importarle al señor vicepresidente para otra cosa que para subirse a la tribuna y soltar charadas y embustes. Un mandato del Congreso de mayo de 2009 establecía que se publiquen las estadísticas de delitos y faltas por provincias, pero a Rubalcaba no le apetece, y no lo ha hecho. A base de su capacidad para mentir, y para hacer como que no existen normas que le comprometen, Rubalcaba va a conseguir que la unión de oficiales de la Guardia civil y la AUGC recojan firmas para promover una iniciativa legislativa que obligue al Gobierno a llevar a cabo la ley de personal que lleva paralizando desde hace cuatro años, haciendo caso omiso de los mandatos legales al respecto. Que oficiales, suboficiales y números de la benemérita tengan que dedicarse a recoger firmas por la desidia de este Gobierno es otra imagen bien gráfica del estado de las cosas en la España de Zapatero y Rubalcaba. Claro que a Rubalcaba siempre le quedará el recurso de acudir a sus mentiras, de negar, si fuese necesario que el asunto provoque descontento en la Guardia Civil, o incluso que la Guardia Civil exista. Decididamente, los españoles no nos merecemos a un tipo tan mentiroso como Rubalcaba, ese Goebbels.
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